Editorial
Erase una vez un país donde se fraguó una elección de estado, donde se polarizó a la sociedad en dos segmentos por seis años desde el púlpito de las mañanas para que al final, los fifis acabaran votando por los chairos.
Esta historia cuenta que un presidente quiso pasar a la historia como un demócrata, atropellando a los que pensaban de forma distinta a él, cosa más contradictoria.
Este rey creyó que todos sus subordinados podrían ver lo bueno de su gobierno y en consecuencia podrían salir a votar de forma unánime por su partido por darle pensiones a los abuelitos y becas a los estudiantes, creyó que al subir el salario mínimo traería un pretexto superior para que la gente pensara en la continuidad de su legado.
Al ver que su pueblo empezó voltear a ver a los conservadores tocar la puerta de su palacio, mandó cerrar la puerta por seis años y prohibió a sus súbditos hablar con sus adversarios en especial con una de ellas, una mujer que se hizo a sí misma, una dama de origen indígena la cuál desde niña se esforzó por tener un futuro.
El presidente decidió que su sucesora sería una dama de origen judío con grandes lealtades, científica y técnica en medio ambiente, a ella se le daría el bastón de mando del reino para ser la primera emperadora.
La estrategia para que fuera elegida sería que ella garantizaría paz y tranquilidad al rey y su familia quienes se retirarían a un finca en un edén, algunos de ellos señalados de hacerse millonarios al amparo del propio rey.
Para ello se pusieron de acuerdo con los encargados de la elección en todo el país para poner la mayoría de votos favor de su candidata, mediante una estrategia basada en un software que permitiría intervenir el conteo oficial y así ganar todos los cargos de su partido.
Sorpresivamente compitió contra la niña de las gelatinas, quien tocó la puerta del palacio para preguntar porque decía mentiras de ella, la misma que vistió de rosa a su pueblo y que tuvo que salir a pedir el recuento de la elección tras la trampa consumada.
Esa trampa según el rey serviría para legitimar a la primera presidenta, pero también para terminar con sus opositores, a quienes los acusó de estar derrotados y no tener capacidad moral para ganar.
Con ello ganó no solo el poder de nombrar a su sucesora, sino la posibilidad de acabar con todo opositor a los cuales por cierto no oye, no ve y ahora los cancela por no alcanzar sus metas electorales.
Este acuerdo para hacer creer que se pueden borrar de facto a miles que no piensan igual, abre el ruedo para poner a torear a la próxima reina contra un pueblo dividido y sin dinero, la cual puede y debe cerrar el capítulo del rey tabasqueño, para darle espacio al mandato propio.
Lo malo es que al hacer el recuento de votos se dieron cuenta de la trampa digital y forzaron a repetir la elección teniendo al reino de cabeza por la insensatez de pretender, con un hechizo digital que apareciera la voluntad popular.
Lo malo es que al final la verdad hará valer en las calles la realidad de la votación y no la mascarada digital.