
Para Donde Oscila el Péndulo
Ciudad de México.-La celebración del Grito de Independencia, cada 16 de septiembre, no siempre tuvo la misma solemnidad ni la misma organización con la que hoy la reconocemos. Fue durante el Porfiriato (1876–1911) cuando esta fecha se consolidó como la gran fiesta nacional, cargada de símbolos y utilizada también como estrategia política.
Aunque el inicio de la independencia se remonta al levantamiento encabezado por Miguel Hidalgo en 1810, la conmemoración oficial adquirió fuerza y forma en la segunda mitad del siglo XIX. Antes, el día pasaba con actos locales y cierta dispersión, pero con la llegada de Porfirio Díaz al poder la convirtió en una celebración masiva, cívica y obligatoria.
Díaz, astuto en el manejo de la imagen pública, vio en el 16 de septiembre una oportunidad perfecta: unir a la nación bajo un mismo rito y, al mismo tiempo, vincularse él mismo con los héroes de la patria. Fue él quien impulsó la construcción de monumentos —como la Columna de la Independencia, inaugurada en 1910— y las ceremonias nocturnas en Palacio Nacional, donde el presidente aparecía como figura central del festejo.
No es casualidad que la fiesta adquiriera un tono casi personalista. Porfirio Díaz había nacido el 15 de septiembre de 1830, y con frecuencia se hacía coincidir la verbena popular con su cumpleaños. Así, la exaltación del Padre de la Patria se entrelazaba con el festejo al mandatario en turno, consolidando una tradición que aún resuena hoy: la noche del 15, el grito; el 16, el desfile.
Durante el Porfiriato, el 16 de septiembre se convirtió en más que un recordatorio histórico: fue un acto de legitimación política y un mecanismo para fortalecer la identidad nacional, en un país aún marcado por divisiones internas y conflictos recientes.
Hoy, más de un siglo después, la herencia de aquel uso político de la historia sigue viva: cada año, la voz del presidente en turno evoca a Hidalgo y a los héroes de la independencia, en un ritual que, aunque nació del pueblo, fue moldeado desde el poder.
México en 2025: entre la continuidad y la incertidumbre política
En contraste con la hegemonía que proyectaba la celebración patria en la época de Don Porfirio Díaz Mirón, hoy la política mexicana atraviesa un momento de transición marcado por la búsqueda de continuidad en los proyectos de gobierno y las crecientes tensiones sociales y económicas. Con un nuevo sexenio en marcha y una oposición que intenta reconfigurarse, por lo que el país enfrenta retos que ponen a prueba la estabilidad democrática.
El escenario está dominado por los debates en torno a la reforma del Poder Judicial, la consolidación de programas sociales y el rumbo de la política energética, mientras la ciudadanía mantiene una mirada crítica sobre la corrupción y la inseguridad, problemas que persisten como heridas abiertas en la desaparición de personas y la amenaza en diversas regiones del crimen organizado.
La oposición, fragmentada en diferentes partidos, busca reorganizarse para disputar espacios de poder, aunque enfrenta dificultades para presentar un proyecto cohesionado que atraiga al electorado. Al mismo tiempo, surgen nuevos movimientos sociales, especialmente impulsados por jóvenes y colectivos ciudadanos, reclaman mayor participación y transparencia en las decisiones del Estado.
En el plano internacional, México mantiene un papel clave en la región, particularmente en su relación con Estados Unidos, donde temas como la migración, el comercio y la seguridad fronteriza continúan marcando la agenda bilateral, la llegada de Trump y la herencia de “Abrazos no Balazos” dicta la agenda política.
La ciudadanía como en tiempos de Don Porfirio observa con expectativa y cautela: ¿será posible mantener la estabilidad política en medio de la polarización y la presión social? El futuro inmediato de México parece definirse entre la continuidad de un proyecto político hegemónico y la posibilidad de un nuevo equilibrio de fuerzas que aún no termina de configurarse.
